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Los Bots: aliados y amenazas digitales

Los bots son la herramienta invisible que sostiene gran parte de la web: indexan páginas, alertan sobre sismos, atienden consultas básicas y procesan enormes volúmenes de datos en segundos. Su eficacia y bajo costo los convierte en motores legítimos de eficiencia digital. Pero esa misma automatización el poder de reproducir acciones humanas a escala transforma a los bots en un arma cuando caen en manos equivocadas.

Los bots mal utilizados dañan mucho más de lo que parece. No solo distorsionan la información o manipulan cifras: erosionan la confianza, que es el corazón de cualquier sociedad conectada. Cuando uno ya no puede distinguir si una tendencia, una noticia o una opinión provienen de personas reales o de máquinas programadas para influir, el espacio público se contamina.

Su impacto va desde lo personal hasta lo político. En redes sociales, los bots usados para el acoso masivo destruyen la salud mental de sus víctimas, las aíslan y las empujan al silencio. En la economía, inflan precios o promueven estafas que arruinan ahorros. En la política, fabrican consensos falsos y polarizan a la gente, debilitando la democracia y el debate racional.

En el fondo, los bots mal utilizados son una forma de manipulación industrializada: producen ruido, miedo y desinformación a una escala que ningún ser humano podría alcanzar solo. Por eso el daño no es solo técnico, sino ético y social. La tecnología no tiene culpa, pero quienes la usan para engañar y controlar sí. Y hasta que no haya responsabilidad real, los bots seguirán siendo una herramienta poderosa para los peores instintos humanos.

Manipulación de redes

Una de las prácticas más agresivas hoy son las llamadas “granjas de bots”. Visualízalo: racks llenos de decenas o cientos de teléfonos, todos conectados, todos manejados por software.

Cada teléfono tiene múltiples cuentas falsas en distintas plataformas. Esas cuentas actúan como si fueran usuarios reales: dan “me gusta”, comentan, comparten enlaces, reproducen videos, retuitean consignas. Miles de interacciones falsas en minutos.

¿Para qué? Para engañar al algoritmo. Plataformas como Instagram, YouTube, Facebook o X (Twitter) detectan un pico repentino de actividad y asumen que cierto contenido “está explotando”. Entonces lo empujan a más usuarios. Lo que empezó siendo ruido fabricado se convierte en alcance real.

Meta, la empresa dueña de Facebook e Instagram, llama a esto “comportamiento inauténtico coordinado”: actividad masiva, sincronizada y falsa, diseñada para parecer orgánica. El problema es que, cuando las cuentas están bien armadas (foto creíble, publicaciones antiguas, interacción simulada entre ellas) distinguir lo falso de lo humano se vuelve muy difícil.

Es el mismo método: aparentar que “la gente” dice algo, cuando en realidad lo dice un enjambre automático. En las elecciones estadounidenses de 2016 hubo un precedente claro: miles de cuentas automatizadas ayudaron a empujar desinformación y propaganda, reforzando mensajes polarizantes y explotando divisiones sociales.

El riesgo es obvio: si controlas la conversación aparente, condicionas qué cree la gente que es opinión mayoritaria.

Esto tiene un efecto directo: trending topics fabricados, apoyo simulado, rechazo simulado. Lo que el público percibe como “lo que piensa todo el mundo” puede haber sido decidido por un operador con un panel de control y un presupuesto.

Acoso automatizado

El segundo gran abuso es el acoso coordinado. Aquí el objetivo no es inflar a alguien, sino destruirlo. Funciona así: un grupo organiza una red de cuentas (muchas de ellas bots) para atacar a una persona específica.

Lluvia de insultos, hostigamiento directo, amenazas, campañas de desprestigio. Esa avalancha crea la impresión de que hay una multitud real indignada. El blanco puede ser una periodista, una activista, un estudiante, quien sea.

Ex operadores de estas redes han descrito cómo dentro de estas campañas existían cuentas dedicadas solo a agredir, conocidas internamente como “troles beta”. Su tarea era responder rápido y sucio a cada publicación de la víctima hasta cansarla, aislarla o intimidarla.

El método funciona: mucha gente, bajo ese bombardeo, empieza a autocensurarse o directamente abandona el espacio público. Este es el punto. No es debate. Es silenciamiento estratégico.

Para las plataformas, frenarlo es complicado. El atacante puede borrar una cuenta y abrir otra en minutos. Y mientras esas cuentas parezcan humanas. Todo esto, lo que persigue es ensuciar el discurso público, y la víctima, que es una persona real, paga el costo emocional.

Fraude financiero

Bots y dinero van juntos. En foros bursátiles y grupos de criptomonedas circulan mensajes masivos estilo “esta acción va a explotar, compra ahora”. Muchas veces no hay nada detrás, excepto el interés del que empuja la alerta para inflar el precio y luego vender antes del derrumbe. Es manipulación del mercado disfrazada de consejo viral. Y sí, hay gente que ha perdido ahorros así. En paralelo están los bots dedicados al spam y el phishing. Cuentas automáticas que publican o envían enlaces a supuestas ofertas, sorteos falsos, “premios”, inversiones mágicas. Su trabajo es volumen puro. También existen botnets que se usan como armas: por ejemplo, para lanzar ataques de denegación de servicio (DDoS), saturando servidores con tráfico para servicios o extorsionar empresas.

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